No se trata de prontitud, angustia o emergencia; Sólo quienes nacieron en ella y cubrieron su piel de arrugas para calmar los anhelos de una tradición sin fechas, saben que la tierra siempre será el origen, y siempre será el comienzo. Tranquilo y manso; tiene las puertas abiertas y las aberturas de las ventanas no tienen ventanas. Sin muros tampoco, sin fronteras y sin fronteras, todos son bienvenidos, pero sólo quien va a su encuentro con las manos desnudas y con verdaderos sentimientos puede lograr su complicidad ilimitada.

Es el caso del aceite de oliva, que, como la huerta, las hortalizas, los cereales o el vino, forma parte de la memoria pura de Galicia. Y así era en el año 19, cuando una muchacha del campo puso música «Alma Meiga «, qué hoy es totalmente artesanal, alrededor de 600 litros de aceite de oliva (picual, arbequina, mansa y brava gallega) plantados en fincas propias y arrendadas. Actualmente, en nuestros años, el aceite gallego cuenta con un gran reconocimiento por su calidad y propiedades organolépticas, que se somete a exhaustivos análisis que permiten que nuevas tecnologías, resurgieran o que le permitan alcanzar los máximos estándares de calidad del mercado. 

No son prendas del azar, ni créditos de la providencia; Son dos atributos extraordinarios de nuestra tierra y de nuestro clima que se valoran con infinito éxito sin tener que hacerlo desde hace cientos de años dos de nuestros agricultores, y a quienes con esta iniciativa debemos rendir homenaje y agradecimiento. Con todas las palabras y verdaderos sentimientos, nos sumamos a este ilusionante e ilusionante proyecto. inspirador porque, quienes vieron la primera luz en la tierra, o a lo largo de los siglos se hicieron cómplices de ella, sabemos que esto siempre fue el amanecer y siempre el comienzo; más bien, vida en potencial o vida en movimiento.